Había una vez, no hace mucho tiempo, una casa real repleta de princesas, ricos herederos, príncipes azules que se casaban con famosas periodistas y eran felices, y comían perdices...
La Familia Real española, hasta hace muy poco contaba con el apoyo y la simpatía de la mayor parte de su pueblo, incluso de esos que no se consideraban monárquicos, pero si Juancarlistas, recordando el papel de éste durante la transición. Durante ese tiempo, esta familia contaba con total inmunidad ante la prensa y con ello, de la sociedad española, que no se enteraba de nada, excepto de apariciones oficiales.
Los medios de comunicación del país, la mantenían alejada de todas las críticas gracias a la opacidad y censura, o tabú, nada democrático que había para tratar cualquier información referente a alguno de los miembros de esta familia. Dejando los insultos, críticas, mofas y juicios públicos únicamente para la clase política, siendo muy lejano tanto para el Rey como para los suyos, que se sabían a salvo de la ira ciudadana.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, algo ha cambiado en todo lo referente a la información y transparencia de las noticias relativas a los miembros de la familia real. No tengo ni la más mínima idea de a que se ha debido este cambio con la prensa. ¿Quizás ayuden unas redes sociales que la Casa Real no puede controlar? No lo sé, el caso es que por suerte, la cosas ya no son lo que eran.
Antes, en cualquier acto en el que estuviese presente algún miembro real, se veía simpatía ciudadana y muestras de cariño, algo que ahora cuesta ver, ya que se dejan escuchar más los silbidos y abucheos que un cada vez mayor número de españoles les propina en cada aparición, como le ha ocurrido a los príncipes de Asturias en Oviedo o a la reina en el último acto en Valencia. Unos abucheos y pitos que se están convirtiendo en una imagen habitual, algo impensable hace unos años.
El pueblo, cansado de no ver el final de esta espantosa crisis, y harto de contemplar inmóviles como los ricos y poderosos siguen viviendo a todo tren y con grandes lujos, que paga un pueblo cada vez más ahogado, con enormes recortes, subidas de impuestos, numerosos desahucios, suicidios desesperados, paro y desesperanza.
Mientras el pueblo lucha en su día a día contra estas lacras, ven por televisión como el yerno del rey está imputado por 15 delitos, entre los que se encuentra malversación de fondos públicos, como la mujer de éste e infanta de España, no es ni siquiera llamada a declarar porque se supone que vivía en la inopia sin enterarse de nada de lo que pasaba en su casa, mientras aparecen cientos de e-mails que podrían involucrarla y en los que aparece su nombre... Pero no sólo se trata del tema Urdangarín, sino más bien de un problema de pérdida de sensibilidad hacia los graves problemas que está atravesando el país, que ve por televisión las constantes operaciones de estética de la princesa Letizia, las decenas de miles de euros que su rey gasta en cacerías de elefantes en Botswana, de la que se enteran gracias a una caída del rey durante la noche. ¿A cuántas cacerías de este tipo habrá acudido sin enterarnos?, el disparo en el pie del nieto de los reyes con un arma de fuego a los 14 años, las numerosas amantes e hijos "secretos" del rey, la imputación del padre, la tía y la abuela de la futura reina por alzamiento de bienes, el puesto inventado y creado para Thelma Ortiz en el Ayuntamiento de Barcelona en un momento de recortes como el que vivimos, etc, etc...
Supongo, y espero que le resulte difícil a la Casa Real volver a recuperar la simpatía y credibilidad de la que disfrutaron durante décadas, por muchos lavados de imagen que intenten hacer ante los medios de comunicación para mejorar la opinión pública. Pues estoy convencida que una de las cosas que mantenía intacta a la monarquía, era su opacidad y tabú con los medios.
Por último, decir que España no es Gran Bretaña y no somos un país monárquico, y menos aún siendo conscientes de que la monarquía tanto dinero nos cuesta mantener se siente muy alejada de los problemas que sufrimos los ciudadanos que la mantenemos. En fin, que la cosa a la monarquía se le está poniendo fea.