Esta es una penitencia auto-impuesta, pues en esta vida,
la mayor competición es la que libramos contra la mediocridad impuesta por
nosotros mismos y no hay nada más valioso que la integridad de nuestra alma. El
ser humano es exigente por naturaleza y no se conforma con la mediocridad.
Vivimos en
una sociedad que vende sueños de prestado, que nos acribilla con inútiles
lavados de cerebro para que nos adaptemos al modelo que nos quieren imponer.
Pero nadie dijo que la vida fuese justa.
A pesar de ello, no tenemos más que una vida, la única
que se nos concede, y nos pasamos la mitad añorando a la otra mitad que hemos
dejado atrás. Pasándonosla con la mirada puesta en el ayer y olvidándonos del
mañana. Sin permitir que las presiones y la velocidad de la vida actual,
alteren nuestras constantes vitales.
El tiempo
nunca vuelve atrás. No se puede recuperar aquel segundo, aquel minuto, aquella
hora, aquel día que ya pasó. Aún no hemos descubierto la manera de engañar a
Cronos, él siempre vence. Por eso hay que valorar el tiempo, sabiéndolo
infinito, pero corto.
Sencilla sí. ¿Mediocre? ¡Jamás!
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