martes, 19 de febrero de 2013

Hay personas tan desapasionadas, que parecen vegetales

No puedo evitarlo, mi corazón es más veloz que mi pensamiento.  Antes de que pueda sentarme a razonar, mi instinto ya está actuando por su cuenta. Muchas veces, haciéndome estrellar contra el muro de la impotencia mientras los peores impulsos de la condición humana, me vigilan acechantes.

Esta es una penitencia auto-impuesta, pues en esta vida, la mayor competición es la que libramos contra la mediocridad impuesta por nosotros mismos y no hay nada más valioso que la integridad de nuestra alma. El ser humano es exigente por naturaleza y no se conforma con la mediocridad.  
Vivimos en una sociedad que vende sueños de prestado, que nos acribilla con inútiles lavados de cerebro para que nos adaptemos al modelo que nos quieren imponer. Pero nadie dijo que la vida  fuese justa.

A pesar de ello, no tenemos más que una vida, la única que se nos concede, y nos pasamos la mitad añorando a la otra mitad que hemos dejado atrás. Pasándonosla con la mirada puesta en el ayer y olvidándonos del mañana. Sin permitir que las presiones y la velocidad de la vida actual, alteren nuestras constantes vitales.  

El tiempo nunca vuelve atrás. No se puede recuperar aquel segundo, aquel minuto, aquella hora, aquel día que ya pasó. Aún no hemos descubierto la manera de engañar a Cronos, él siempre vence. Por eso hay que valorar el tiempo, sabiéndolo infinito, pero corto. 


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